Las gotas una a una van cayendo fuera
y así la copa se queda vacía, seca
ausente del elixir que le daba vida
a una boca reseca, al borde del ocaso.
Con el mismo desatino las gotas siguen rodando
por el borde y dejando una huella por fuera,
mientras la copa gris plata sigue su proceso
y lentamente se evaporan los licores que tenía dentro.
Y el vapor de todos los líquidos se pierde en la nada,
las gotas que caen de lo más alto siguen esquivando el centro,
y no da la sensación que no caerán jamás dentro,
ni de la copa, ni del corazón resquebrajado y vacío.
En la muerte uno presume que todo es silencio,
sin embargo, el golpe de cada gota contra el suelo
es un estallar infernal de cristales rotos y maderas
quebrándose y destruyendo el silencio mortal, casi impúdicamente.
Mi copa vacía, mi corazón desganado y seco
mis lágrimas rodando por el borde sin entrar,
mi sangre detenida en las venas y golpeando contra el suelo,
la vida que fue un sueño, mi amor, que ya no está.
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