Adelante, sean bienvenidos

Bienvenidos a mi mundo, al refugio de mis ideas, al lugar donde puedo sin ningún temor expresar lo que siento y lo que me pasa "en tiempo real". Realmente es toda una experiencia y quiero compartirla con quien quiera leer.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Eran de esos labios que sabían bien, que hipnotizaban y que no podías dejar de probar una y otra vez. Quizás estaba un poco insistente al principio, pero sentía como si hubiera salido de la cárcel, como respirar aire limpio después de un largo encierro, aunque nada justificaba esa obsesión por morderla…

Con todo su temor a cuestas, con la plena convicción de que no iba a estar a la altura de las circusntancias, esperó en el lugar acordado, se quedó inmóvil un rato cuando la vio acercarse, y así comenzó todo, con tropiezos, vacilaciones, con demasiada adrenalina corriéndole por el cuerpo por tratarse de algo, en principio, tan natural y cotidiano, pero no.

Cada vez que tenía oportunidad le recordaba a sus escuchas su sueño recurrente, y también lo que le respondía su psiquiatra cuando se lo contaba “Es el ansia de amar y ser amado”, también respondía (repetía) que esas palabras le causaban una risa ridícula, pero lo terminaban por conmover e invariablemente terminaba llorando.

Comenzó a espaciar las visitas a los lugares que frecuentaba, y cierta tarde comentó casi al pasar, que las alles del barrio le resultaban ajenas, que ya no podía transitarlas con la fluidez de otros tiempos, que ya no pertenecía ahí, y que eso, justamente lo “apretaba”, término que nos pareció a todos descolocado, pero terminamos por comprender bien. No pertenecía a ningún lugar, no era parte de nada, le “apretaba”, le dolía el pecho, creo yo que el alma.
Se gritaba. Se gritaba a sí mismo, y se oía. Se oía sus propios gritos lejanos para que despertara, pero parecía cosa juzgada. Concluímos que debería ser ciertamente encantador poder andar solo, libre por ahí, pero también ese era su mayor dilema.


Una tarde cualquiera de un otoño de esos melancólicos, charlando en un bar me dijo cosas, y me quedé pensando en mi propia historia. Me dijo que los sueños en realidad son fragmentos vívidos y centelleantes que tomamos de la realidad, la puta realidad que se nos impone cuando menos queremos, justamente cuando estamos construyendo el sueño y nos espabila con un gancho al mentón para tirarnos a la lona. Y te despertás dudando de estarlo, pero evitás volver a mirarla a los ojos para no caer en el espiral infinito de su aliento, para no volver a envenenarte en sus labios que son de fuego, pero pueden ser de hielo, y no querés soñar nunca más.