Suspiros que se evaporan,
en el ardor de una mañana
sonidos que duran apenas instantes
antes de ascender y morir calcinados.
Y llueven esas cenizas grises y negras
para confirmar que nada puede perderse,
mostrando el rostro más amable
del empecinamiento, tal vez, de la fe ciega.
Mañana en la que el aire inmóvil
puede romperse a pedazos,
con las manos ensangrentadas
llenas de espinas de tu rosa perfecta.
Intenté abrir tu flor deshojada,
pero esas espinas envenenadas con desgano
se clavaron iracundas en mis palmas desprevenidas
abiertas a cultivarla nuevamente.
Las estrellas más lentas,
las que no pudieron fugarse con la noche
caen a mi tierre envueltas en llamas
quemando la quietud y la calma de esta mañana.
Y el recuerdo es dolor,
el presente es el pago por los pecados
el futuro la mueca de la incertidumbre,
y esta mañana...apenas el comienzo.
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