Adelante, sean bienvenidos

Bienvenidos a mi mundo, al refugio de mis ideas, al lugar donde puedo sin ningún temor expresar lo que siento y lo que me pasa "en tiempo real". Realmente es toda una experiencia y quiero compartirla con quien quiera leer.

domingo, 6 de junio de 2010

Las voces del infierno.

Por esos días pensaba que si había un infierno, si realmente existía ese tan mentado y temido lugar, definitivamente yo estaba ahí, parado exactamente en su centro, quemándome y sin poder hacer nada para evitarlo.
Las voces cruzaban veloces por el aire como flechas sibilantes y envenenadas que se iban clavando una a una en mi cabeza, sentía el olor a pudredumbre y podía sentir cada aguijonazo penetrando la coraza que con tanta paciencia fui construyendo a lo largo de mi vida, ¿vida?, bueno, llamemosla de alguna forma.
Todas las voces se encontraban en un mismo lugar, eran perfectos círculos concéntricos que armaban el laberinto del cual ya no me podía escapar. Me sentía inmóvil, como narcotizado, con los brazos pesados colgando al costado de mi cuerpo y con mi voluntad diezmada en su integridad, con los deseos en llamas, destruídos.
Las voces eran diversas, provenían de distinta gente, amigos y no tanto, familiares y ocasionales compañias de noches largas, borrachas y sin sentido. Lo que me preocupaba entonces era la fuerte influencia que tenían en mi, eso, sumado a mi incapacidad de acción conformaban un cócktel demasiado embriagador para un alma débil, que apenas estaba saliendo de su capullo aletargado.
La primera que escuché fue la revancha, ésta sólo me recordaba que "ojo por ojo, diente por diente" era la forma más adecuada de reoslver las cuestiones, que no tenía que dejarme pisotear y tenía que mostrarle a quien quisiera ver que era capaz de redoblar los golpes recibidos y devolverlos con repeticiones veloces y mortalmente certeras.
Y en eso andaba cuando mis angustias golpeaban a mi puerta y casi me susurraban que le abra a la revancha, que la redención estaba a unos pocos metros de mis manos.
Pasaron unos sengundos, y antes que pudiera decidir que hacer, una flecha zurcó mis pensamientos para clavarse frente a la revancha con un aire superior y con la certeza de que conciliar era más fructífero que devolver los golpes. Pero esta flecha no venía sola, justo antes de hacer blanco se dividió en dos y apareció en escena la aceptacion quien con su aguijón de plata pulida me invitó a abrir los ojos ante lo inevitable y me contó que si aceptaba las circunstancias tal y como eran las cosas fluirían de forma tal que el dolor se iría solo y por donde vino. Pero es sabido que los demonios no se dejan vencer fácilmente, y en el instante en el que casi acepto caballeroso la derrota y estaba por entregarme a mi destino un dardo con el veneno más agudo se clavó en medio de mi pecho, el odio. Tenía que odiar para poder demostrar que estaba vivo, que las cosas no me pasaban por un costado sin hacer mella, que nada había sido en vano y que la sangre hervida de mis venas era el reflejo más fiel del sentimiento que me asaltaba en ese momento. Odiar, hay que odiar con fuerzas, con todas las fuerzas que uno disponga para extirpar los sentimientos que quedaran, para eliminar los gratos recuerdos, el odio me enseñaba que no existían tales recuerdos, no había ni buenos ni malos, todos eran igual de dañinos para mi y por eso debía sacarlos a todos sin discriminar.
Podría ser, pensé algo aturdido, podría ser un buen método para enterrar parte de mi vida y comenzar a escribir otros capítulos en mi existencia, había que eliminarlos a todos, como en un genocidio sentimental.
Las voces se iban haciendo cada vez más fuertes, todas querían prevalecer por las demás, querían exponer sus argumentos y convencerme que todas tenían razón, en parte era cierto, pero no podía decidirme, estaba muy confundido como para tomar una determinación que marcaría el resto de mi camino sin vuelta atrás.
Pasaron varios días en los que las voces me hablaban cada vez más fuerte, los ruidos se hacían insoportables y prácticamente no podía pensar por mi mismo, estaba tan condicionado por todo lo que estaba escuchando que mi voluntad parecía un junco doblándose según soplara el viento, sin embargo sabía que tenía que tomar una desición y era urgente.
Las flechas se sucedían una a otra, pasaron la furia, el temor, la ira sin control, la nostalgia y su oposición a eliminar todos los recuerdos sin clasificarlos, la sabiduría y su explicación lógica y racional para cada cosa, el deseo, el remoridimiento, la culpa, la paciencia, el amor.
Todas me decían que hacer, todas me prometían la solución y la puerta de salida del infierno, todas decían tener la razón.
Una noche, caminando sin saber a dónde, y sin poder dormir por los excesivos ruidos, me asaltó como un rayo cegador una flecha que no se clavó, se detuvo milímetros antes de mi frente despejada y me tomó por sorpresa que no intentara hundirse en mi carne débil. Era el tiempo, esta flecha era diferente a todas, no dijo tener razón esta voz no se alzó por sobre las demás intentando mostrar supremacía ni trayendo consigo la receta para salir de ese estado, ni mucho menos decía tener las llaves del infierno para abrirme y sacarme de allí.
El tiempo me dijo una sola palabra, TIEMPO. La voz se repetía como un mantra sagrado y las demás voces parecían desaparecer. Cerré mis ojos y me concentré en esa palabra, comencé a repetirla una y otra vez, no sabía cuanto hacía que estaba en ese estado pero seguía repitiendo mi mantra, TIEMPO, TIEMPO, TIEMPO...
Todos los ruidos se despejaron, la vista se me despejó casi por completo y se abrío ante mi la noche más serena que jamás hubiera imaginado.
Nunca supe finalmente si eso había sido o no el infierno, si comprendí que sólo el tiempo pudo sacarme de ese lugar.

2 comentarios:

  1. El tiempo suele ser el camino... la impaciencia desespera... el amor perdura a pesar se todo... todo llega a su tiempo.

    ResponderEliminar
  2. Las letras pueden ocultar a la voz del inconsciente o de los hechos futuros...

    ResponderEliminar