Fue después de un primer viaje, primero
en muchos sentidos porque había salido del país de vacaciones con amigos, tenía
yo por ese entonces unos 20 años, y estaba dejando inevitablemente una etapa
atrás, pero sobre todo fue el primero porque pude comprender lo que significaba
enamorarse.
-Pero te digo que no puede ser, no podés
seguir pensando
-Ese es el problema, que no pienso, no se
como actúo.
-¡Cómo un boludo! – Sentenciaron mis
compañeros de mesa del Bar Berlín, al que acudía con una perseverancia casi
religiosa cada día al salir del trabajo.
A pesar de ser visto como un “boludo” y
de sentirme yo mismo como tal, fueron años que me marcarían para siempre.
El ritual no se detenía nunca, salir de
trabajar para ir directo al bar y quedarme hasta la noche tomando café,
disertando sobre la vida (con mi escasísima experiencia) y sobre todo
escribiendo horribles intentos de poesías a un amor malogrado, increíble e
imposible (como todos los amores increíbles).
-Bueno, vas a tener que hacer algo- me
increpaban a cada rato-
¿Pero que podía hacer yo más que seguir
escupiendo al papel palabras más o menos ordenadas y en rimas pobres para sacar
de mis venas eso que se me había conocido y se me pegó como una infección
dolorosa?
Y así pasé largos períodos, inviernos y
veranos, siempre en la misma mesa, escribiendo llenando cuadernos que no leería
nadie jamás, pero era como poder hablar del tema con alguien que me entendiera,
descargar un poco de peso.
Al tiempo que seguía y seguía devorando
renglones, me lamentaba por mi suerte y sufría más en silencio que otra cosa,
un día advertí distraído que me picaba mucho la cabeza, pensé en piojos, pero
no podía ser, me incliné por la caspa..eso debería ser caspa.
Nunca me gustaron los médicos, y por
supuesto no hice ningún tipo de consulta. El escozor mutó en pequeñas
cascaritas por varios sectores de mi cuerpo, eran extremadamente molestas,
ardían y picaban como si el mismísimo demonio me estuviese atizando con su
tridente.
La cosa se puso peor y tuve que ceder y
recurrir muy a mi pesar a un profesional especialista en piel, que finalmente
fueron unos cuantos.
Los diagnósticos era variados y las
recomendaciones de lo más insólitas para mi.
-No se le ocurra tomar café que le hace
muy mal. –Explicó en tono severísimo uno de los facultativos.
¡¿Me iba a quedar sin mi café?!
Definitivamente no, ¿omo podría seguir escribiendo sin la compañía de un café
que al cabo era de las pocas cosas que le daban placer a mi insignificante
existencia?
Al mismo tiempo me decidí por hacer
terapia, como no encontraba a nadie para hablar que hubiera pasado por una
situación semejante y me aconsejara, tal vez la mirada profesional podría
ayudarme. Los dos o tres sicólogos a los que intenté desnudarles mi alma apenas
pudieron sacarle el sobre todo a mi corazón triturado pero no avanzaron más,
tal vez por impericia, tal vez por que no se los permití -¡Mi alma es mía!
Solía repetir por ese entonces.
El tiempo fue pasando y como dicta el
viejo saber popular “todo lo cura”, a mi, digamos que me bajó un poco sólo la
ansiedad, pero me seguía doliendo ese amor que entró a mi cuerpo como una
enfermedad incurable de la que ya no podría zafarme el resto de mis días. Ya no
podía olvidar ni su rostro, ni la forma en que me miraba, ni su particular tono
en la voz. Me seguía sintiendo solo.
Esa rara cosa que le pasaba a mi piel
finalmente se presentó como una enfermedad real, con nombre y apellido y
amenazó con no dejarme nunca más, cáscaras resecas “adornaban” mi cuerpo que a
esa altura me dolía y me daba más vergüenza que de costumbre.
“Psoriasis” y cuando lo escuché por
primera vez no entendí nada, ni el diagnóstico, ni los tratamientos, -Puede
surgir por un gran trauma emocional- Me aseveró un médico.
Y yo sólo pensaba en irme al bar porque
tenía algunas ideas que se me venían a la cabeza y de las que me olvidaba en 10
segundos si no las escribía.
En conclusión, esa enfermedad era una
especie de reacción por mi estado anímico general, fue así que finalmente
comprendí que la soledad duele, de veras que lastima, y vaya cómo.
Realmente había pasado ya un buen tiempo,
mi Bar,(durante todo ese tiempo me manejé como si estuviera en mi casa) mi
lugar, se había vendido y parte de la magia que ahí supe encontrar se esfumó
con esa transacción comercial, la
esencia se diluyó y corrió junto al cordón de la vereda con el agua sucia con
rumbo desconocido.
De esa experiencia me quedó si, el gusto por seguir escribiendo,
reconozco que cada vez un poco mejor. Las marcas de mi piel que todavía me
avergonzaban, eran motivo de consulta por parte de la gente que, morbosa, se
interesa por todo ese tipo de cosas, como si el saber les solucionara algo.
Hoy, cuando alguien quiere saber que me
pasa en mis brazos, cuando la curuiosidad los atormenta tanto que ya no
aguantan y tienen que preguntar -¿Qué te pasó ahí?- Señalándome alguna cáscara
reseca o una mancha rojiza, los miro fijamente a los ojos y les digo solamente
una palabra:
-AMOR.
---- F I N ----
El amor duele a veces, más de lo que la razón admite y el hueco de angustia que provoca esa ausencia, se manifiesta como puede. Un beso.
ResponderEliminar