Parado. Inmóvil, con la mirada fija en un punto
y el corazón dándo tumbos, el cuerpo quiere saltar
pero los pies congelados, incapaz de dar un sólo paso
me quedo observando, o tal vez deseando ver algo.
A lo lejos, el cielo ennegrecido es una invitación,
las sombras que creo ver se funden en una y vuelven
a ser dos, tres, miles, que no puedo reconocer.
Parado a mitad del día con el alma vacía
los oídos cerrados a siseo del viento
y la mente rebosante de promesas hechas a mi mismo,
incumplidas todas, autor y víctima de la peor de las traiciones,
con el deseo de saltar y la cobardía siempre como bolsa al hombro.
Mientras el sol penetra algunas nuebes grisáceas
y las difuma en formas ambiguas, de colores apagados y fuertes
al mismo tiempo, ese mismo sol que ataca mis ojos fijos en aquel punto,
ojos que quisiera me engañen y me "hagan" ver algo,
o el deseo de ver es indestructible, o mi mente me maneja a placer.
... Y la vida es tan corta...
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